Cameron Diaz salió de la ducha tras un largo día de rodaje. Se embutió en una cómoda camiseta de su novio, Matt Dillon, y se introdujo en la cama que hace tiempo ocupaba él. El día había sido largo pero se extrañó de que Matt cubriese su cabeza con las sábanas y hubiese apagado la luz para dormir antes de que ella ocupase su lugar a su lado. Acercó su cuerpo al de Matt y se dispuso a descubrir su cabeza para darle un beso de buenas noches cuando… se encontró con Bobby Farrelly semidesnudo ofreciéndole los labios burlonamente. Esta anécdota la contó el propio Matt Dillon, quien participó en comandita con los gamberros hermanos en una broma que estuvo a punto de provocarle un infarto a la actriz.

Así son los Farrelly. A ellos se les consiente lo que en otros supondría un pecado mortal. Humor chusco (habitualmente inmerso en lo escatológico), incorrección política y chistes con tufillo sexista, racista o xenófobo. Y sin embargo, jamás se les ha tildado de otra cosa más allá de cineástas mediocres. Pero no lo son. Pueden ser mediocres para muchos, y puede que tengan razón, pero también son los artífices de un universo propio y distinguible, lo que les sitúa un escalón por encima del habitualmente despreciado artesanado.

«The Heartbreak Kid» (el título español es vergonzoso, no lo voy a reproducir) es su última película. Una nueva condensación de sus obsesiones y lugares comunes. La película narra la historia de Eddie Cantrow, quien recién ingresado en la cuarentena decide poner fin a su soltería venciendo su pavor al compromiso. Durante la luna de miel de un matrimonio alocado y equivocado, conocerá a Miranda, de quien se enamorará perdidamente. Y más no puedo contar… Los Farrelly tratan de regresar a sus orígenes y lo hacen mal. El guión no funciona, la dirección es poco menos que protocolaria y su humor no se percibe. Sin embargo, los rescoldos del fuego aún calientan. No son pocos los momentos a recordar. El más memorable, las irónicas dificultades de Eddie para regresar a los States tras perder su pasaporte. Convertido en espalda mojada, compartirá las penalidades del inmigrante ilegal en unos cinco minutos ejemplares que ilustran más eficazmente la odisea del desheredado en busca del paraíso que las docenas de sesudas películas que denuncian el tema.

Todas las obsesiones de los hermanos están reflejadas en su último trabajo: el sacrificio de Eddie al descubrir que Miranda se ha casado con otro referencia directamente al Hal en «Shallow Hal» o el de Ted en «Algo Pasa con Mary». La disfunción física de Lila (esposa de Eddie) está presente de algún modo en toda su obra: Enanos («Yo, Yo Mismo e Irene»), mancos («Kingpin»), siameses («Pegado a ti»), cojos («Algo Pasa con Mary»)… Su visión de las taras físicas no es compasiva. Tratan al que la padece del mismo modo que lo hacen con el resto de sus personajes «normales». Su visión de lo políticamente correcto pasa por obviar completamente tan deleznable concepto para tratar como iguales a los que en realidad lo son pero la sociedad prefiere etiquetar como «discapacitados». En el universo Farrelly se entiende que si se pueden burlar de la calvicie de Bill Murray en «Kingpin» ¿por qué no pueden colocarle una mano grotesca que oculte el garfio del manco Woody Harrelson en la misma cinta?. Para los Farrelly, la tara física no existe como tal. El tipo albino de «Yo, Yo Mismo e Irene» se hace pasar por psicópata para evitar las burlas que llueven sobre él. Sólo cuando se sienta aceptado dentro del grupo de Charlie (otro damnificado, ya que sufre desordenes de personalidad), revelará la falsedad. Del mismo modo, Bob, el hermano siames apocado de «Pegado a Ti», no le contará a su novia por correspondencia su «pequeño» inconveniente hasta confirmar que a ella no le importa. En otras palabras, los Farrelly encuentran verdad en la mentira de sus asustados personajes. Buen ejemplo de ello sería «Shallow Hal». Hal, su protagonista, sólo percibirá la realidad a través de la hipnosis a la que se verá sometido por parte de un gurú: Se enamorará de una chica de 150 kilos, trabará amistad con un nerd con el cuerpo cubierto de escamas y granos, y encontrará deleznables a chicas con cuerpo real de supermodelo que él interpreta como a las genuinas brujas de Macbeth.

Otra de las obsesiones de los hermanos es el entramado familiar. Los filosofía de los Farrelly precisa de la familia. Sus personajes son solitarios en busca de un hogar sin importar qué tipo de agua sea la que sacie su sed. En «Dos Tontos muy Tontos» el destino une a dos gilipuertas que sólo se tienen el uno al otro. En «Algo Pasa con Mary», su protagonista fracasa en todas su relaciones al no consiguir olvidar a su amor imposible de instituto a pesar de los muchos años transcurridos. En «Yo, Yo Mismo e Irene», Charlie cuidará amorosamente de sus tres ilegítimos hijos tras ser abandonado por su esposa. En «Fever Pitch», Lindsey se enamorará de Ben en su primera cita, tras sufrir una indigestión y comprobar que él se ha quedado toda la noche a su lado. El compromiso, contradictorio dogma familiar que los Farrelly potencian en cada una de sus películas. Para ello, lo ilustran con cálidas reuniones de amigos aderezadas con conversaciones cínicas hacia la relación de pareja. Cantan las bondades de la estructura familiar para derruirlas al hallarse alejados del núcleo. De hecho, la visión de la familia tradicional que ofrecen es demoledora al contrario de la ofrecida por su variante menos funcional, siempre más complaciente.

La humillación y el humor escatológico es la marca de casa Farrelly. Sus personajes viven en continua humillación. El Eddie de «The Heartbreak Kid» soporta estoicamente el ser colocado en la mesa de los niños durante la boda de su ex-novia. El Charlie de «Yo, Yo Mismo e Irene», contempla impotente cómo su esposa le abandona por un chófer enano que domina con fluidez las artes marciales. Más tarde tendrá que soportar a sus propios compañeros dudar sobre la paternidad de sus hijos («Charlie, no crees que tus hijos son algo oscuros»). En «Shallow Hal», su obesa protagonista femenina debe soportar cientos de despreciables miradas cada vez que acompaña a su novio. Sin embargo, y en contra de la habitual en toda comedia amable, para los Farrelly la humillación no obtiene premio final alguno.

Por otra parte, resulta impensable ver una de sus películas que no incluya referencias sexuales explícitas (el sexo sin depilar de Lila en «The Heartbreak Kid»), fluidos seminales (el cubo lleno de leche de «Kingpin»: «Me he levantado temprano y he ordeñado su vaca» «¿Vaca? No tenemos vaca»), más fluidos seminales estratégicamente mal ubicados (la mítica espuma de cabello de «Algo Pasa con Mary»), alusiones raciales (la aparentemente virginal Lila en «The Heartbreak Kid»: «Fóllame como un negro»), o ecológicamente incorrectas (el loro en peligro de extinción «asesinado» con el corcho de una botella de champagne en «Dos Tontos muy Tontos»). Consciente humor de lija que sólo en contadas ocasiones encuentra el camino de la sutileza.

Han sido vilipendiados con frecuencia. Se han vendido en un par de ocasiones. Recibieron cierto respeto cuando una de sus películas fue exhibida en Cannes («Algo Pasa con Mary») y consiguió hacer reír a más de un sesudo devorador de cine iraní. También se han equivocado en no pocas ocasiones. Pero ante todo se han divertido y han creado necesidad. De la sala vacía en la que visioné «Dos Tontos muy Tontos» se ha pasado a al casi lleno de «The Heartbreak Kid» del que fui testigo hace tres semanas. Han conseguido crear necesidad de sí, por lo tanto son libres. Hagan lo que hagan, les verán. Poco importa que cierren «Pegado a Ti» con un número musical de «Porgy and Bess» («Summertime», brillantísimo, por cierto), o que «Fever Pitch» sea mala hasta decir basta. El seguidor de los Farrelly estará allí. Han obrado el milagro, que no es poco.