«Estoy buscando una chica con un bonito cuerpo y una mente enferma.»

Arthur «Weegee» Fellig, a Peter Sellers en el rodaje de «Dr. Strangelove…»

El hombre que decía retratar la vida tal y como era se llamaba Arthur «Weegee» Fellig.

Llegó a los States siendo aún un niño lo que le permitió integrarse en el estilo de vida americano sin grandes traumas.

Adolescente inquieto, abandonó su hogar paterno a los quince años desempeñando todo tipo de trabajos hasta toparse con una cámara por primera vez al convertirse en retratista de niños en un parque de atracciones.

Su evolución dentro de la profesión fue fulgurante. Creó un estilo propio mientras trabajó como copiador en el New York Times lo que impresionó a la agencia de noticias Acme (no, no es broma) para quienes comenzó a trabajar como reportero gráfico de sucesos.

Aquí nace su leyenda.

A bordo de su desvencijado Chevy equipado con una radio policial conseguida con malas artes que le permitía llegar al lugar del suceso al tiempo, sino antes, que la policía, rastreó cada rincón neoyorkino a la caza de toda la miseria humana imaginable.

Sus fotografías son un compendio del horror. Una enciclopedia de atrocidades humanas cometidas sobre sus semejantes. Cubrió desde palizas domésticas hasta decapitaciones en ajustes de cuentas. Captó la angustia real de las victimas de la violencia desprovista de todo velo dramático que pudiera tergiversar la realidad.

Poco a poco se convirtió en una leyenda viva gracias a sus contactos tanto en la policía como en los bajos fondos, lo que en sus propias palabras fue minando su espíritu hasta llegar a deshumanizarle por completo.

Con su cámara trazó un mapa de la noche neoyorkina en la que los mirones espiaban a las mujeres desde azoteas y escaleras de incendios, los matones apalizaban a los que se atrevian a desafiarles en callejones sin salida, los ladrones acechaban tras humeantes cubos de basura y los incendios preludiaban al alba. Fotografió a las víctimas de los allanamientos desconcertados frente a sus ventanas rotas; a mujeres violadas llorando en asientos traseros de coches de policía; a delincuentes juveniles con sangre aún en sus manos tras haber apuñalado a algún miembro de un clan rival….

Eran los fotos que le demandaban, pero no componian toda su producción. En ocasiones Weegee sacaba su cámara a pasear cuando el sol estaba en lo más alto para inmortalizar playas llenas de gente, niños jugando bajo chorreantes bocas de incendios o parejas besandose en una cafetería…

Tal vez fueron aquellas fotos las que le hicieron conservar la cordura.

«Mi coche se convirtió en mi casa. Tenía dos asientos y una cajuela especial muy grande. Guardaba todo allí: una cámara, bombillas de magnesio, soportes adicionales, una máquina de escribir, botas de bombero, cajetillas de cigarrillos, algo para comer, película infrarroja para fotografiar a oscuras, uniformes, disfraces, una muda de ropa interior, zapatos y calcetines limpios. Ya no estaba atado a los teletipos de los cuarteles de policía. Tenía mis alas. Ya no tenía que esperar que el crimen viniera a mí; yo podía ir tras él. La radio era la línea de mi vida. Mi cámara -mi vida y mi amor- era mi lámpara de Aladino.»

Su imagen, vestido siempre con un arrugado traje gris, se convirtió en popular. Ya no sólo era reconocido por los policías o sus colegas de profesión… Comenzó a frecuentar la compañía de modelos recien llegadas a la gran ciudad en busca de atención, a las que fascinaba con historias de crímenes en las que solía exagerar su papel. También de políticos, de actores y deportistas… Su presencia en los locales nocturnos más selectos se hizo habitual.

La gran calidad de sus fotografías unida a su popularidad le permitió lanzar un libro (convertido en clásico desde antes de maquetarse) que agotó sus seis primeras ediciones en cuestión de semanas. Su título «Naked city» Más tarde publicaría «Naked Hollywood» creado en virtud de sus relaciones con la jet-set de Tinseltown. Su relativo fracaso le hizo volver poco más tarde al mundo que realmente conocía, la noche neoyorkina.

Dedicado en sus últimos años a exponer su obra en galerías, Weegee trató de explicar en una ocasión su obsesivo caracter vouyerista…

«Para fotografíar a personajes de la alta sociedad durante sus fiestas suelo utilizar luces infrarrojas. De ese modo, nunca saben cuando están siendo retratados.»

Identico recurso que utilizó para fotografíar anónimas escenas nocturnas de parejas en busca de intimidad sin advertir de su presencia. A proposito de una de esas ocasiones contó…

«Era después de medianoche y todo estaba de un negro azabache. Una de esas noches en que a la luna se le olvida salir… Pero a los enamorados eso les gusta. Me quité los zapatos para que no se les metiera la arena y me puse a caminar en calcetines por la playa, teniendo cuidado de no tropezar con alguna pareja. De vez en cuando escuchaba una risita nerviosa, o una risa feliz, así que apuntaba mi cámara y tomaba una foto en la oscuridad usando luz invisible.Todo estaba tan quieto… De vez en cuando veía la luz de una cerilla que prendía un cigarro. Hacer el amor es tan agotador… una clase feliz de cansancio… y un cigarro te permite reponerte y escuchar los latidos de tu amante…

Me acerqué más a la ribera y me detuve para descansar junto a la torre de los salvavidas. Creí oír un movimiento en la parte de arriba, así que apunté alto mi cámara y tomé una foto, pensando que era una pareja a la que le gustaba la exclusividad o hacer el amor cerca del cielo. Cuando la revelé, vi que la única ocupante de la torre era una muchacha que miraba soñadora hacia el Atlántico. Probablemente sea mi mejor fotografía»

Weegee falleció en la vispera de la nochebuena de 1968.

Su historia inspiró una excelente película basada apócrifamente en su vida; «El ojo público», dirigida por Howard Franklin y protagonizada por Joe Pesci.

Cuando la vi, en un cine del sur de Madrid, me impresionó (además de la calidad de la película) la amoralidad de este fascinante personaje que trataré de transmitirles narrandoles una escena…

Pesci, enamorado sin esperanza de una sofisticada Barbara Hershey, abandona la mesa que comparten durante una velada para hacer una rápida visita al lavabo. Tras muchos minutos de espera, Hershey sale en su busca sin hallarle en el W.C., encontrándole después en el callejón trasero del restaurante… fotografiando a un borracho apaleado minutos antes por unos matones. Hershey le mira con estupor, Pesci se percata de su presencia, devolviendole la mirada durante unos eternos segundos, para inmediatamente continuar flasheando al desgraciado tirado en el suelo.

Les dejo con algunas de las fotos de Weegee…

Si desean echar un vistazo más amplio de su obra, visiten esta page…

http://museum.icp.org/museum/collections/special/weegee/