Para mis padres

Para Rosa Para Inma, testigos directos

«Un hombre cuenta tantas veces sus historias que termina convirtiéndose en parte de ellas. Ellas le sobrevivirán, y ése es el camino que le convertirá en inmortal»

«Hay un momento en el que un hombre necesita pelear y un momento en el que necesita aceptar que su destino es perder, el barco ha zarpado y solo un loco continuaría el viaje»

Este blog nació con el objeto de salvar vidas. Nació con el objeto de salvar una vida…

En mayo de 2005 lo creé bajo otro nombre, en otro lugar. Desde entonces, mi vida ha sido un continuo tobogán de emociones difícilmente controlables. Nunca imaginé que el mundo de mentira podría ofrecer tanto calor. Que unos desconocidos podrían ser tan cercanos a otros. El pasado tres de mayo el objetivo de este lugar recibió la puntilla final, esperada e inesperada al tiempo, que significa el adiós definitivo antártico que tanto se ha diluido gracias a la esperanza, esa palabra maldita que oculta tanta fuerza.

Volveré a postear, claro que sí, en otro lugar, pero ahora hay otras cuestiones que reclaman toda mi atención. Tengo mucho dolor que asimilar. Dolor que se hizo tan insoportable entre febrero y marzo que pensé no lo podría superar. Y hay una persona, mágica y especial, a quien pretendo robar todo su tiempo y regalarle la mayor parte del mío, que nada vale. A ella le debo tanto y, sobre todas las cosas, la quiero tanto.

Los últimos tres meses han parecido tres años, así de intensos han sido. Y sigo con la sensación de que no los he aprovechado como debía. Tengo la certeza de ello. El pez grande se ha ido ya y lo ha hecho como él habría querido: guardando parte de su mejor repertorio para el final. Le quiero, les quiero, y ya no están. Este lugar nació en su honor. Y sin él, y sin ella, no hay razón para continuarlo. Pero ha cumplido con su objetivo: el de salvar una vida. Ha salvado la mía…

«Y esta es la historia de mi vida»

El instante más feliz de mi vida ocurrió durante el verano de 2001. Era agosto, sobre las siete y media de la mañana. Acababa de regresar tras pasar la noche en la feria que llevaba varios días establecida en el lugar en el que vivo. La luz era tenue y brillante a la vez, y mis padres tenían la costumbre de dormir con la puerta entreabierta. Me asomé sin hacer ruido, siempre lo hacía desde que mi padre volvió del hospital. Había sido operado con milagroso éxito en marzo de aquel mismo año. Su recuperación era lenta pero constante. Recuerdo que, durante el mes y medio en el que se mantuvo ingresado, mi madre durmió en el sofá porque afirmaba que no podía dormir sola en el lecho que siempre había compartido con su marido. La imagen que guardo grabada en mi retina es la de mi padre abrazado a mi madre bajo aquella luz tenue pero brillante. Y por unos momentos, observándoles, fui tan feliz como no lo había sido nunca.

Ahora que esa imagen no podrá repetirse carece de sentido seguir con todo esto. Gracias por el tiempo empleado en visitar esta ciénaga; gracias por cada comentario; gracias la amistad brindada a cambio de nada. Podría pasarme horas agradeciendo el tiempo, el esfuerzo y sobre todo la alegría con que han dotado a este lugar. Estoy en deuda por ello. Desde que tenía diecisiete años sigo a rajatabla un lema: «Nunca seré un problema para nadie». Y así debe ser. Espero no haber incomodado a nadie durante todo este tiempo, casi tres años.

Cuídense mucho, por favor.

Me he dado cuenta de que una película que derrocha tanto amor (disfuncional, puede, pero amor) no se hizo para ser recordada por momentos así…

Sí, el mudo voluntario y daltónico es adolescente y lo odia todo por sistema. Así debe ser a su edad. Pero cuando su tío con tendencias suicidas le diga…

Dwayne: A veces me gustaría dormir hasta cumplir los dieciocho años y evitar todo el sufrimiento del instituto.

Frank: ¿Sabes quién es Marcel Proust?

Dwayne: Uno de esos tíos que tú enseñas…

Frank: Sí, un escritor francés. Un perdedor total. Nunca tuvo un trabajo. Sus romances fueron un asco. Gay. Tardó veinte años en escribir una novela que casi nadie lee. Pero, posiblemente sea el mejor escritor desde Shakespeare. Al llegar al final de su vida, miró atrás y decidió que todos aquellos años de sufrimiento fueron los mejores de su vida. ¿Las épocas en las que fue feliz? una pérdida total de tiempo. No le enseñaron nada. Si te duermes hasta los dieciocho años… piensa en todo el sufrimiento que te perderás.

… entonces comprenderá que necesita reconciliarse consigo mismo para, al menos, no transmitir su infelicidad a los demás.

Pasan muchas otras cosas, es un viaje agitado el suyo. El abuelo cocainomano y adicto al porno se sigue muriendo y el padre, obsesionado con el éxito pese a nadar en la bancarrota, sigue dando charlas sobre un tema que no domina. La niña sigue bailando fatal, y tal vez por eso a mí me parezca que lo hace mejor que las demás. La furgoneta se sigue estropeando, el claxon pitando a destiempo y siguen echando mano de un viejo gag de Woody Allen aparecido en «Bananas» (el de las revistas porno, sí). Me gusta. De hecho, me sigue gustando tanto como la primera vez que la vi. Tal vez más.

Myself: Si unes en una misma frase el nombre de un actor español y la palabra Oscar, ¿qué obtienes?

Acompañante 1: ¿Un taquillazo?

Myself: Sí, eso también. Aunque pensaba en la cantidad de gente que verá por primera vez en su vida una película de los Coen.

¿Crisis? ¿Qué crisis? Basta con colocar la silueta del eunuco dorado junto a un nombre familiar para todo vuelva a funcionar. Hacía años que no me encontraba semejante cola a las doce y media de la madrugada. Cuando ruge la marabunta lo mejor es pedir una butaca lateral. Me tocó pared, como el día en que vi «300». No puedo ni debo quejarme.

La película bien. Mejor que bien. Una especie de vuelta de tuerca a «Fargo» en el que el azar y los principios sobreviven a la razón. El dinero es el objetivo único de los protagonistas de la nueva película de los hermanos Coen. Unos lo desean, otros quieren recuperarlo y el que lo tiene desearía estar en cualquier otro pellejo. El dinero funciona como maquinaria ejecutora del azar. Todos los que lo tocan o se acercan demasiado acaban cayendo como fichas de domino. Todos menos uno, el viejo policía interpretado por Tommy Lee Jones, quien se limita a observar las insensateces que otros cometen en nombre del dios dorado.

La nueva historia de los Coen cuenta cómo cambió la vida de Llewelyn (Josh Brolin) el día que se topó accidentalmente con los restos de una reyerta entre traficantes de droga. Un maletín con dos millones de dólares y su conciencia le meterán en un lío del que ya no sabrá salir cuando un gélido asesino en serie llamado Anton (Javier Bardem) sea contratado para encontrar el dinero y ajustar cuentas. Docenas de vidas se perderán por el camino mientras el maletín descansa en un conducto de aire acondicionado o bajo las tablas de una casa prefabricada, vidas que no valen más que lo que marca una moneda al hacer girar la matemática del azar.

Los Coen rememoran su estancia en Fargo cambiando la nieve por el polvo del desierto y a la sheriff de pueblo por el desencanto de un policía que comanda novatos que ignoran que hay que empuñar una pistola al registrar una casa sospechosa. El escepticismo del casi jubilado funciona como guía narrativa: su modo de contar historias, su mirada apagada, su manera de encajar los golpes que le deparan sus últimos días de uniforme. Los hermanos adoptan su mirada para analizar sin alzar la voz las estupideces cometidas por los demás. Dotan al relato de compasión que no de piedad. Nadie escapa de su cinismo. Ni siquiera los inocentes como Carla Jean (Kelly Macdonald), esposa de Llewelyn, cordero conducido al cadalso por el egoísmo de su esposo o Carson (Woody Harrelson), un pieza más a ser derribada. Construyen un relato en torno al miedo a lo desconocido, a lo que esperar tras una esquina, al otro… El miedo y el cinismo impregnan la narrativa de unos Coen a los que el tiempo ha convertido en descreídos para los que la ética de Anton resulta más valiosa que un itinerante maletín repleto de dinero.

No olvido la inteligencia de los hermanos: ese inesperado fundido justo antes de que a Llewelyn le ocurra «algo», la aplicación de la lógica para desarrollar una escena, el modo en que obvian lo evidente para que sea el espectador el que ajuste las piezas. Es imposible olvidar nada de lo que regala esta maravilla de celuloide en el que la maquinaria funciona a la perfección. Tal vez sea demasiado perfecta.

Cuando acabó la proyección y la marabunta salió en estampida, salí al pasillo justo al aparecer los últimos créditos en pantalla. Para entonces restaban tres personas en la sala. Ya habían cesado los silbidos que reclamaban un final más masticado y digerido. Encaré la puerta de salida, y en ese momento, como dice el viejo policía Tom Bell, desperté gracias al aire con pedacitos de hielo. Qué buenos son los Coen especialmente cuando inducen pesadillas que no sueños.

«Quiero un hombre con poder nuclear»

Así sea…

Y ya puestos: yo quiero una mujer biónica…

Los creadores de «Monstruoso» tuvieron claro desde un principio la estrategia a seguir: un producto «barato» cubierto con actores poco conocidos, un público poco exigente y deseoso de experimentar en primera persona, y una campaña publicitaria que siguiera los pasos de «El Proyecto de la Bruja de Blair», película ésta de que también toman su filosofía. El resultado ha sido todo lo satisfactorio que preveían sus creadores. Por lo tanto, ya se rumorea que habrá segunda entrega.

El complejo arte del cine palomitero siempre ha sido mal considerado y peor tratado por la crítica. En muchas ocasiones con razón, en otras muchas no. «Monstruoso» pertenece al primer grupo, al grupo de películas descerebradas que pretenden transmitir sensaciones de bajo vientre al público mayoritario hoy día, osease: adolescente. Para conseguirlo, nada mejor que proporcionarles el producto tal y como lo consumen a diario en sus ordenadores: en primera persona.

Muchos consideran a Johnny Knoxville y sus compadres de «Jackass» como los precursores de Youtube. En realidad, las filmaciones en vídeo de tíos haciendo el ridículo han existido desde que la primera videocamara fue puesta a la venta. Los productores de «Monstruoso» decidieron seguir las reglas elementales que exige el género: primero tratan de dotar (con pobre éxito) de entidad dramática al material; después, disparan la adrenalítica acción sin preocuparse de hacerla creíble; finalmente, la resuelven de modo previsible previo paso por lo explícito. Para entonces llega el turno de aplicar la ley de mercado imperante, darle mascada la comida al consumidor en forma de primeros planos finales del monstruo que generarían vergüenza ajena en el amante del género de no ser porque J.J. Abrams y compañía se han encargado de hacerla desaparecer con antelación gracias a multitud de situaciones previsibles y a la carencia de emoción provocada por la abundancia de cañonazos y de edificios derrumbados sin mayor tejido que el que lo proporcionar sus innumerables efectos especiales. Por salir salen hasta zombies, algo que sería de agradecer de tomarse menos en serio una trama que pesa demasiado para tan poco bagaje.

Se podría pensar que la acción de «Monstruoso» tarda demasiado tiempo en eclosionar, castigando al espectador con una historia dramática sin alma protagonizada por personajes alienados. Según mi punto de vista es una ventaja, son quince minutos de tópicos que nos ahorramos. Mientras, Nueva York (siempre tiene que ser Nueva York) se destruye sin que nadie parezca saber el porqué, y no citaré la clásica cita que hace referencia a un día 11 porque Nueva York lleva décadas siendo destruida sin motivo. Desprovistos de coherencia, los personajes corren de una lado para otro entre escombros y cabezas gigantes de estatuas, circunstancia que los productores aprovechan para aceptar los retos propuestos con anterioridad: que en una película se derribó el Empire State Building, pues yo haré rodar la cabeza de la Miss Liberty. De paso, la situación servirá para realizar un espectacular cartel que lleve a más incautos al cine. Más pirotecnia, más sensaciones forzadas, más sabor a déjà vu.

Sólo espero que los cineastas con pocos medios no se emocionen; es barata, sí, lo es para baremos de grandes estudios: ha costado 25 millones de dólares. El futuro es hoy: «bajo costo» y alto rendimiento. El capitalismo salvaje aplicado al cine. Adam Smith debe estar sonriendo en alguna parte.

Y dijo Bob Hope…

«Fíjense esta noche en los rostros de los perdedores cuando aplauden a los ganadores. Contemplarán la mejor actuación de su vida»

Pues de este modo, a saltos, me contó mi DVD cómo fue la noche de los Goya…

Comienza la ceremonia: Mucha niña mona pero ninguna sola, claro. El escotazo de Najwa Nimri es de enmarcar, pienso. «El Orfanato» arrasa: ya lleva tres premios. Manuela Velasco se lleva su Goya, quién lo iba a pensar cuando presentaba programas musicales en Canal +. Se la ve locuaz, seguro que más que Alfredo Landa. El padre del landismo parece haberse olvidado de quién es y se pasa diez minutos balbuceando incoherencias en el estrado. Me entero después, que la retransmisión televisiva va con más de una hora de retardo. Afortunada decisión esa del corte, por cierto. La Pataky presenta un premio mayor pese a no ser nadie en el panorama del cine patrio. Esta buena y se acuesta con una estrella de Hollywood ¿quién da más?. Corbacho suma y sigue, no tiene gracia pero él cree que sí. José Manuel Cervino es escueto en su agradecimiento. Ya podía tomar nota de ello Alberto San Juan, muy merecido ganador del premio al mejor actor por su esforzada interpretación en la irregular «Bajo las Estrellas». Juan Antonio Bayona imita el tropezón de Garci al recoger su premio. Antes, Corbacho ya ha «visitado» al director en su casa madrileña. Meterse con Garci tan es fácil que no tiene mérito. El niño de «El Orfanato» pierde pero gana. Se marcha a casa con su Goya en miniatura y me acuerdo del minioscar que le dieron a Shirley Temple. Premio para la Verdú. Ya era hora, pensarán ella, sus fans y los que añoran otros tiempos, cuando paseaba por la pantalla su cuerpo desnudo película sí, película también. Más premios para «El Orfanato», sin embargo, el de mejor director se lo ha quedado Jaime Rosales por «La Soledad». Elías Querejeta comienza a mosquearse: su hija lo merecía. Amor de padre. Y llega la traca final: el Goya a la mejor película española del año. No gana «El Orfanato», ni «Las Trece Rosas», ni «Siete Meses de Billar Francés»… gana «La Soledad», y recuerdo que hace dos semanas, cuando alguien me preguntó qué película española me gustaba más de las nominadas, contesté que «La Soledad», fundamentalmente porque, además de ser soberbia, es la única de las cuatro nominadas que he visto. El tipo que comenta la ceremonia pone el broche final: comienza una segunda carrera comercial para «La Soledad». Si él lo dice, al fin y al cabo para eso se crearon los premios: para hacer caja. Comenta que solo 40.000 personas vieron la película en su día. 40.001, si me cuentan, si cuentan los que la hemos visto en DVD.

Pero lo mejor de la noche fue la reacción de Elías Querejeta tras ser proclamada «La Soledad» como la mejor película del año. Inolvidable su expresión Joey Tribbiani style: «¿pero quién se ha tirado un pedo?». El veterano productor, sorprendido, ni aplaudió. Fue el colofón adecuado para un día olvidable.

El arte satírico nace en la antigua Grecia, se desarrolla en Roma y alcanza su máximo esplendor con Chamfort y otros escépticos que elevaron sus crónicas sociales a la categoría de arte. Lo satírico nace como expresión, es el modo que utiliza el pueblo para presentar a los ricos y poderosos. Hay grandes cronistas sociales y hay una inflexión en el ramo: Hedda Hopper. La que fuera actriz fracasada, extendió su bilis sobre todos aquellos que no compartían sus ideas políticas o que simplemente le caían mal. Más adelante se convirtió en asalariada de los grandes estudios, quienes, temerosos de que cargase contra sus estrellas, la pasaban una cantidad de dinero a cambio de silencios o frases elogiosas. Para Hopper no era necesario confirmar una noticia, con el rumor bastaba. Ella fue la pionera del chisme, lo que hoy se conoce como telebasura.

Entonces lo satírico se desvinculó de la crónica social. Buscó su propio lugar sin perder el carácter bufonesco de su mensaje: reírse de todo y de todos. Cuestionarlo todo y a todos. Así nacieron los cómics de un ramo que hoy día mantiene la traqueteada salud del viejo arte.

En España fue la revista El Jueves la que mantiene la antorcha erguida. Su humor, muchas veces basto, mantiene la crítica social no crispada de este país, siempre que no sea la familia real la parodiada, que eso es «delito». En realidad, el delito consiste en negarle al desamparado su derecho a burlarse del que todo lo tiene.

El Jueves no deja de ser una versión pintada con brocha gorda de Mad Magazine, revista satírica norteamericana nacida en los años cincuenta. Su creador, William M. Gaines, pretendió recuperar el elemento burlón. Célebres son las viñetas que parodian películas de éxito que incluyen a políticos y otra «gente de bien».

Las portadas de Mad son fácilmente reconocibles gracias a la inclusión de un personaje incónico: Alfred E. Neuman, un tarado con aspecto de tarado que sirve para dar, con su reconocible expresión idiota, la bienvenida a un mundo del revés en el que el único compromiso del lector es la risa y burla. Nadie escapa de sus afiladas garras, ni siquiera «Family Guy», serie que se burla de los todos aquellos que por costumbre se burlan de todo.

En España se lanzó hace algo más de un año la versión en castellano de la matriz americana. El primer número no vendió bien y su publicación se canceló. Seguimos a la espera de que Planeta decida resucitarla.

Pero la crónica social como tal no existe hoy día. Viciada por la pandillas de cotillas que son bien pagados por los mil programas de corazón existentes, en España se puede considerar un género perdido, tendencia que, al parecer, se ha extendido por el resto del orbe. Por ello, siempre resulta sorprendente encontrarse (vía El Mundo) con lugares como éste:

Mediante la colaboración de 14 ilustradores, La Galería del Absurdo recoge sarcásticamente toda la miseria que habitualmente está reducida en el circuito rosa. No tienen límites, y el primero de ellos en ser infringido es la vergüenza. Exageran tópicos, se burlan de los comportamientos del famoseo y observan la realidad sin tener necesidad de contar con quién se acuesta nadie.

Ésta es una muestra de su trabajo…

Victoria Beckham, la Spice Girl Pija, es representada como una elfo fashion; se alerta a la población femenina sobre Jude Law, conocido depredador que se alimenta de starlets, asistentes, niñeras o compañeras de rodaje y se recurre al estilo del pintor francés Toulouse-Lautrec, para definir la extrema delgadez de Keira Knightley…

Brad Pitt, absorbido por el mesianismo místico de Angelina Jolie, nos presenta (junto a la actriz) a su hija Shiloh: el bebé más esperado de la historia de la humanidad desde Jesucristo. El católico ortodoxo Mel Gibson, aparece como protagonista de una novela pulp junto a una botella de vodka y una diabólica sentencia: «No hay furia en el infierno que se asemeje a la de Satán en un botellón». La actriz Renee Zelwegger nos descubre el secreto de su éxito: el efecto limón

No podían faltar las notorias aficiones etílicas de Tara Reid, protagonista de «La Chica Borracha de la Fiesta». Marc Anthony, marido de Jennifer López y proclamado latino más poderoso de los States, suele ser representado como un muerto viviente al comparar su demacrado aspecto con la lozanía (y potente trasero) de su esposa. Finalmente, Linsey Lohan, la nueva estrella del firmamento yankee, le escribe su tarjeta de San Valentín a una botella de Vodka: «Querido Vodka. Soy irritable, me quejo sin parar… ¿por qué no eres mío?», dibujo realizado cuando la actriz anunció una cura de desintoxicación en la clínica Wonderland, he ahí la razón de su semejanza con la Alicia de Lewis Carroll.

Por supuesto, personajes como Tom Cruise merecen su propio apartado…

Ya sea presentando a su hija (con Ron Hubbard siempre presente), salvando a Katie de algún peligro o liderando una peculiar reunión de cienciólogos que se podría confundir con La Última Cena pintada por Da Vinci.

De su mala baba no escapa ni el producto patrio…

Ni las reinas pop caídas en desgracia…

Con ella, con Britney Spears, se cierra esta retrospectiva. Baila junto a Lindsey Lohan y Paris Hilton como lo hicieron las tres gracias en el siglo de oro. Que ella muestre su sexo no es casual, al parecer lo hace con frecuencia. Paris, por su parte, exhibe su picasiano físico, mientras Lindsey mira hacia atrás. Son las tres desgracias de un circo acostumbrado a crear estrellas con pies de barro.

Hitch se sentía fuerte aquel día. Él, que siempre se sintió intimidado por la belleza, hacía muy poco tiempo que había sabido de la menstruación femenina, lo que, pensaba, le daba algún tipo de ventaja si incluía alguna referencia sexual en la conversación.

Hitch: Vamos a ver, Miss Ondra. Vamos a hacer una prueba de sonido. ¿No es lo que quería? Venga acá.

Ondra: No sé qué decir. ¡Estoy tan nerviosa!

Hitch: ¿Ha sido buena chica?

Ondra (riendo): ¡Oh, no!

Hitch: ¿No? ¿No se ha acostado con nadie?

Ondra: ¡No!

Hitch: ¿No?

Ondra (riendo inconteniblemente): ¡Ay, Hitch, esto es muy embarazoso!

Hitch: Venga acá ahora y no se mueva de este lugar o sino, como le dijo la criada al soldado, no va a salir bien…

(Anny Ondra se parte de la risa)

Hitch (mirando a cámara): ¡Corten!

Esta prueba de sonido realizada los días previos al comienzo del rodaje de «Blackmail», primera película sonora de Hitch, fue realizada para comprobar cómo quedaba el áspero acento de la actriz polaca Anny Ondra en pantalla. Ella terminaría casándose con el boxeador alemán Max Schmeling (aquel mítico boxeador que tumbó a Joe Lewis en el Garden) y convirtiéndose en el primer (que no último) desengaño amoroso del director inglés, siempre tan enamoradizo. Famosa es la anécdota del telegrama que Hitch envió a Ondra al conocer la feliz noticia: «¿Un boxer? ¿Pero eso no es un perro alemán?».

La broma sólo tiene sentido en el idioma en el que fue formulada: el inglés. Las traducciones siempre conllevan problemas. Célebre es la escena en la que Paul Newman y Robert Redford hablan en castellano con unos militares bolivianos en «Dos Hombres y un Destino» y no parecen entender nada. Cosa del doblaje. En este caso, y volviendo a Ondra, la actriz terminó siendo calamitosamente doblada: Ondra movía los labios y la voz postiza llegaba segundos después.

En los orígenes del cine sonoro, era habitual el doblar a las estrellas de las películas silenciosas que no tenían buena voz. Una obra maestra del musical, «Cantando Bajo la Lluvia», ironizó sobre el tema. En España son muy conocidos los doblajes neutros, aquellos realizados en Puerto Rico o México que generalmente daban voz a las series americanas de los 60. En el caso de los dibujos animados, su influencia se extendió hasta los 80. ¿Quién no recuerda al gato Jinx y los «marditos roedores»?.

En una ocasión, la Academia de Hollywood hizo reír a los asistentes a una de sus ceremonias al colocarles fotogramas de Groucho hablando en alemán o Bogart en castellano. Entre los cinéfilos parece haber consenso: el doblaje es una aberración. Y lo es, sin duda, los doblajes no siempre son malos pero siempre resultan insuficientes. Además, las películas dobladas suelen cometer el peor de los pecados: están mal traducidas, hasta el punto de que hay ocasiones en las que al ver la película subtitulada y visionarla más tarde doblada, parece como si se tratase de cintas diferentes.

Pero no siempre fue así. Hitchcock odiaba los subtítulos. Consideraba que los rótulos despistaban al espectador. Siempre consideró el doblaje como un mal preferible al subtitulaje. Se cuenta que la obsesión por el control de Stanley Kubrick le llevó a supervisar, mediante su cuñado, las salas de cine en las que se proyectaban sus películas. Disparate no confirmado, al contrario del que asegura que ejerció su poder a la hora de doblar sus películas. En alguna ocasión llegó incluso a elegir las voces que sustituirían a las de sus actores. Así fue como Joaquín Hinojosa y Verónica Forqué acabaron siendo las voces de Jack Nicholson y de Shelley Duvall en «El Resplandor». De paso se cargó el delicado equilibrio que exige el ejercicio del doblaje.

Miguel Ángel Valdivieso era el doblador habitual de Woody Allen. Al morir, su familia recibió un telegrama de condolencias del neurótico neoyorkino lamentando su pérdida. Gesto que dignifica la figura del pequeño gran actor y director. Según comentó en más de una ocasión, Valdivieso le hacía mejor actor. Al fallecido Valdivieso le sustituyó Joan Pera. Cuando Allen vio una de sus películas doblada al castellano por el sustituto (Pera también dobla al catalán) quedó sorprendido: era como si su antecesor siguiera vivo. Le felicitó, incluso le ofreció un pequeño papel en su recién terminado rodaje barcelonés.

Ocurre con frecuencia, sustituir la voz original es imposible pero en algunas ocasiones el doblaje la supera en calidad. Una de esas raras circunstancias ocurre con Sean Connery y Clint Eastwood, doblados habitualmente por Constantino Romero. Es, como digo, poco habitual, pero ocurre. Pero es el reverso de la moneda la norma habitual. En su cuadriculada circunstancia, los estudios de doblaje suelen utilizar baremos estéticos para asignar voces. Una de las damnificadas sería Catherine Keener, a la que desde siempre colocan una voz de yaya que poco tiene que ver con su voz real. Su pecado consiste en compartir leves rasgos físicos con Anjelica Huston. Así pues, le toca la misma voz que a la hija de John.

Defendiendo la elección de Viggo Mortensen como Alatriste, Agustín Díaz-Llanes no dudó en culpar al doblaje de la mala dicción del actor neoyorkino. Según él, el espectador medio español es analfabeto porque suele ver las películas dobladas, y por lo tanto, no está acostumbrado a las voces reales. En otras palabras, el culpable de que Viggo declamase como si alguien le tuviese cogido por las pelotas era el tipo que le había doblado durante años. De paso, declaró como analfabeto al público italiano, francés y alemán, países que también doblan habitualmente las películas habladas en otro idioma. Ha veces es mejor no decir nada.

En realidad, todo se ve de un modo extremo en los países con guerra declarada al doblaje: los detractores están por un lado y los defensores por otro. En medio e indefensos, los de siempre. Tal vez, la entrevista que le hizo Julián Marías a Otto Preminger sirva para derribar obstáculos o erigir muchos más. Que el modo en el que el director corta (educadamente) la crecientes alas del escritor y cinéfilo sirva para que cada cual decida sobre el asunto…

Preminger: (…) Me alegra que en España la gente vaya a ver mis películas… Por cierto, a lo mejor puede decirme si están bien traducidas. ¿Ha visto alguna doblada?

Marías: Sí, desgraciadamente casi todas las he visto en español

Preminger: ¿Y están bien traducidas?

Marías: No, en general no muy bien. Cuando he visto alguna en español y en inglés solía haber bastante diferencia. A veces, además, era intencionada: se cambiaban los diálogos deliberadamente. Y no era eso lo peor: en «Anatomy of a Murder» se cortaron 35 minutos

Preminger: ¿35 minutos? Pero, legalmente, no tienen derecho a hacer eso, ¡no pueden hacer eso!

Marías: Pero lo hacían: la censura cortaba todo lo que quería. Y a veces los distribuidores, y los propios cines. En general, los doblajes no son buenos, y más que por la traducción, por el tipo de voces y el tono de diálogos, que no suelen ser los adecuados

Preminger: Pero yo vi «The Human Factor» en español y aunque, naturalmente, no entendía nada, me pareció que sonaba bien, que estaban bien las voces de los actores

Marías: Sí, «The Human Factor» es de las que están mejor traducidas, y está doblada con bastante cuidado

Preminger: Eso pensé. Parecía muy bien doblada

Dicen que la copa Davis es especial y tienen razón. Cualquiera puede ganar a cualquiera, independientemente del lugar que ocupe en el ranking ATP. Especial es, también, en el sentido de que muchos jugadores prefieren no participar en ella. Honesta posición, per example, del número uno mundial, Roger Federer, quien desde un principio dejó claro que su carrera era lo más importante para él, dejando siempre la puerta de atrás abierta para ser convocado en caso de que el equipo estuviese al borde del precipicio. Desde entonces, Federer ha participado en cada eliminatoria de descenso jugada por Suiza, lo que no les ha servido para evitar el descenso.

Luego está el que no quiere jugar las eliminatorias previas (especialmente si se desarrollan lejos de casa) pero no tiene inconveniente en ser reclamado si el equipo se planta en finales. En este campo entrarían casi todos los tenistas de élite con pocas excepciones. Sorprende, y mucho, que se levantase tan gran polémica cuando el tenista gerundense Tommy Robredo renunció a jugar una eliminatoria y no pase nada ahora que Rafa Nadal se ha borrado de otra. De hecho, en esta ocasión, el tenista balear ni siquiera se ha inventado una lesión (algo habitual) para justificar su ausencia. Ésto me ha hecho recordar aquella cita en la que todo el mundo se eliminó (Alex Corretja, Albert Costa, Carlos Moyá, la plana mayor del tenis español de entonces) de una eliminatoria celebrada en Nueva Zelanda. Tuvieron que ser Félix Mantilla, el pato Clavet, Julián Alonso y Joan Balcells quienes dieran la cara para salvar al equipo del descenso. Luego, a la hora de celebrar títulos, los que salieron en la foto fueron otros. Ya decía el escritor valenciano Manuel Vicent, que los ejércitos de legionarios que desfilaban en Roma estaban compuestos por los cobardes que habían agachado la cabeza durante el combate. Los auténticos héroes cubrían con sus cuerpos el campo de batalla.

Y todo esto viene a cuento porque hoy el equipo español de copa Federación ha eliminado a Italia. Lo ha hecho contra todo pronóstico y en Nápoles, capital mundial de la basura en la que los desperdicios se amontonan por las calles atormentando a la población local. La valenciana Anabel Medina ha hecho su trabajo y ha derrotado a la rocosa Francesca Schiavone, clasificando al equipo para la siguiente ronda. Pero es Nuria Llagostera quien merece un comentario aparte.

Ella nunca falta, cuando la llaman, va. Ha veces ha acudido con molestias, y sería necesario entablillarle la pierna para evitar que estuviera allí. Veterana pese a su juventud (tiene 27 años) su carrera se rompió hace cinco años, tras sufrir una terrible pérdida familiar en no menos terribles circunstancias. Sus padres se divorciaron poco más tarde, lo que no contribuyó a su recuperación anímica. Pero dicen que lo que no te mata te hace más fuerte. Su mentalidad cambió después del naufragio. Comenzó a ganar partidos en superficies hostiles y a subir en el ranking de la WTA. Llegó a ser la 35 del mundo, ella, que se mueve habitualmente por encima del centenar; ella que mide poco más de metro y medio y no puede competir físicamente con las jugadoras de metro ochenta. Hay veces, que al verla jugar con esos mastodontes, se asemeja a una niña bailando entre gigantes.

Después su ritmo decayó. La rabia se esfumó y volvió a ser la 140 del mundo. Volvieron las primeras rondas mortales, los sets en blanco en contra y las lesiones cebándose de nuevo en su menudo cuerpo.

Ayer ganó su partido frente a Schiavone, a la número 23 del mundo. Superó en su propia casa a la heroína de Charleroi, la mujer, que junto a Roberta Vinci, arrebató el título a la Bélgica de Justine Henin. La mallorquina jugó como ella sabe: mucho revés y mucha paciencia. Ganó su primer partido de copa Federación lejos de la tierra y puso la primera piedra de una gesta impensable.

Ella nunca falta aunque no juegue. Ella siempre está, lo haga bien o mal. No va ha ocurrir, pero ojalá los chicos, tan preocupados por sus carreras, sus ingresos y sus marcas comerciales, tomaran nota de su coraje.

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Lo explícito es enemigo de la razón…

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