Al igual que Oliver Stone, el muy respetado guionista y director, Paul Greengrass, es bien conocido por sus posiciones críticas hacia el gobierno estadounidense y por extensión hacia la narcotizada sociedad norteamericana.

Por ello, cuando se anunció la prepoducción de «United 93» y «World Trade Center» a manos de dos de los más beligerantes cineastas del cine actual, los sectores izquierdistas de cualquier lugar se relamieron de gusto imaginando que el compromiso político de ambos generarian obras contestatarias y polémicas.

No ha sido así. Para todos aquellos, Greengrass y Stone han protagonizado una antológica bajada de pantalones al filmar dos películas al tiempo muy diferentes en las que no se aprecia un sólo rechinar de dientes. Obras más o menos convencionales que toman partido por el drama humano, evitando cualquier referencia política.

Rodada en un tono semidocumental, utilizando actores poco conocidos, Greengrass sigue al pie de la letra la historia oficial sin saltarse puntos ni comas. Humaniza a los terroristas árabes, dándoles voz y cuerpo, haciéndoles temblar de miedo ante el terrible acto que están a punto de cometer. Retrata el perfil de los pasajeros de un modo amable, cercano a la realidad cotidiana, en la que nunca falta un buenos días para tu compañero de asiento, ni la sonrisa de una azafata que se afana en colocarte un almahadon a tu gusto.

Sabemos lo que va a ocurrir. En ese punto, la cotidianeidad que les citaba se convierte en terrible. Cada confidencia intercambiada entre las azafatas será la última, cada paso del tipo de Cincinnati que vende material de oficina es el último y lo sabemos, pero él no, lo que poco a poco inunda de agria desazón al espectador, pues el director sabe narrar la historia sin estridencias ni estúpidos sentimentalismos, usando la contención para acentuar un drama del que ni ellos, ni los que presenciamos su inmolación, podremos escapar.

La frenética sensación alcazará su climax final de modo tan intenso como el resto de la cinta transcurrida hasta ese momento. La narración de la rebelión de los pasajeros resulta tan brillante como la exposición de la emoción, la rabia y la frustación de la última llamada por teléfono, del último plan por sobrevivir a sabiendas de que no saldrá bien, de la última mirada a un rostro extraño que se convertirá en improvisado compañero en el viaje final.

«United 93» ha sido aclamada unanimemente por la crítica allá en donde se ha expuesto. Es para muchos la gran sorpresa del año, lo mejor del año. Un obra madura desde su gestación, facturada con la emoción filtrada a través de los dedos de un puño cerrado.

Vuelvo una vez más al viejo axioma fordiano; «Entre la realidad y la leyenda, quédense con la leyenda». Sigan los pasos (reales) de la madre de una de las victimas, quien tras varios años recogiendo firmas y testimonios en pos de la verdad sobre lo que ocurrió con el vuelo 93 de la United, hace pocos meses recibió la confirmación gubernamental de que la versión oficial presenta serias dudas. Olviden durante dos horas la imagen de cazas militares derribando el avión, como hizo ella. Honren la memoria de sus muertos y después vuelvan a empuñar las pancartas para reclamar su derecho a saber qué ocurrió en realidad.

Pero ante todo no se dejen cegar por extremismos a la hora de juzgar una película extraordinaria, como han hecho otros muchos. Por favor, no conviertan en realidad la parábola del ciego que no quiso ver.