Resulta curioso que las pocas manías que tengo se limiten a libros y películas… No sería Navidad sin el programa doble compuesto por «Qué Bello es Vivir» y «¡Socorro!, ya es Navidad». Al llegar la primavera no puedo evitar releer «Las Vírgenes Suicidas» por enésima vez. En verano me monto mi propio ciclo dedicado al genio gordo inglés, empezando siempre por «La Ventana Indiscreta» y terminando por «Con la Muerte en los Talones» (y que no falten «La Sombra de una Duda», «Marnie la Ladrona», «Los Pájaros» y «Psicosis» o enloquecería cual inquilino del Bates Motel). Tontas costumbres que se han automatizado con el tiempo hasta crear su propia rutina. Pues bien, una de ella consiste en leer las «Historias de Fantasmas» escritas por M.R. James, cada día 1 de noviembre.

Cuando se trata de literatura de terror lo cierto es que prefiero Poe, que Stephen King es más ameno y que Lovecraft da más miedo, pero este librito que llegó a mis manos en 1991 gracias a aquella promoción gestada por el desaparecido diario «El Sol» que consistía en regalar un libro diario por la patilla, los tres cuentos escritos por James se han convertido en un gozoso compañero del día de difuntos. Compañero de resaca en varias ocasiones, lo admito, aunque hace ya tiempo que no frecuento las fiestas de Halloween en las que me bastaba con ir tal cual (sin maquillaje ni disfraz alguno) para que me dejasen pasar. Y no, no es un chiste fácil, palabra.

Como decimonónico que fue, M.R. James practicó una prosa elegante que garantiza estilosos terrores nocturnos a quien ose leer sus cuentos espectrales. Fantasmas en busca de justicia, situaciones cotidianas (suavemente narradas) que se tornan en pesadillas al caer la noche, casas que crujen con vientos gélidos y nombres pronunciados por voces de otros mundos… Qué más se puede pedir. Nueve de cada diez parapsicólogos le recomendarían si le conocieran, incluidos Friker Jiménez, Carlos Jesús y el Bill Murray de «Los Cazafantasmas». Una gozada que se lee en una horita mientras haces tiempo para ir a ver una peli. Así pues, voy a cumplir con la tradición…

«… comenzó a experimentar la sensación de que alguna criatura caminaba con él y, según le parecía, le miraba y escudriñaba desde el otro callejón vecino al suyo, y que cuando se detenía, su compañero dejaba de andar también, cosa ésta que producía en su espíritu cierta desazón. Y en efecto, a medida que aumentaba la oscuridad, se le iba antojando a él que era más de uno quien le acompañaba, y más aún, que de una banda entera de seguidores se trataba, al menos eso dedujo él de los roces y crujidos que producían todos en la maleza, y que hubo además un murmullo de voces, el cual parecía deberse a alguna deliberación entre ellos. A las preguntas de sus oyentes sobre qué gritos fueron aquellos que se habían oído durante la noche, dio la siguiente respuesta: Que sobre las doce de la noche oyó que le llamaban por su nombre y que habría sido capaz de jurar que era la voz de su hermano muerto quien le llamaba…»

El Señor Humphreys y su herencia. M. R. James