Cuando algo es perfecto lo mejor es dejarlo tal cual. Gus Van Sant, lo sabe. Yo, también.

Una de las mejores películas del pasado año fue «Rocky Balboa». Pero la crítica española no lo vio así. Fue recibida con tibieza cuando no con una condescendencia que hizo más daño a la película que si hubiese sido hecho trizas.

Y en el fondo el problema reside en el desconocimiento. A la mayoría de los que juzgaron la película, ésta, les importaba un pimiento. Miraron la pantalla pero no vieron nada. Prueba de ello es que no haya leído a nadie hacer referencia a uno de los múltiples y más bellos guiños que ofrece la película de Sylvester Stallone: El personaje de Marie.

Pocos, salvo los fans de la película original, han caido en la cuenta de que el amor otoñal de Rocky, esa pelirroja madre de un hijo mulato cuyo padre desapareció cuando la responsabilidad atenazó su cuello, es la misma niña bocazas que en el original se despide de Rocky de este entrañable modo:

Es sólo una muestra del desinterés conque fue acogida «Rocky Balboa».

Y fue Mycroft, quien mejor supo interpretar lo que Stallone quiso contar y nadie quiso escuchar.

Lean, por favor…

Hay películas que hay que ver en pantalla grande.
«Gonna Fly now» hay que oírla atronadora. Ha de ser una apisonadora de sonido que corone el momentó álgido de la película.
No es Toro Salvaje o Fat City. O The Harder They Fall.
Sin embargo, Rocky parace optar antes por la melancolía de un tiempo que ya pasó, que ya fue, que no volverá. En la propia película se habla de «dinasaurio». Y no sabemos si ese desprecio por un ser del pasado anclado en el presente se refiere a Rocky o a Stallone, o probablemente tanto al púgil como al actor.
He de decir que me ha parecido espléndida. Se nota que como director tiene más oficio, más sabiduría, intenta no forzar una situación de por sí forzada (un tipo de 60 contra uno de 20 años) y lo introduce poco a poco para que sea más verosímil, administra la épica con cuentagotas y juega la baza autoparódica con igual matemática precisión.
Stallone-Rocky se da una vuelta por el barrio y no lo reconoce. Tampoco reconoce el Hollywood que conoció, y en el que en mi humilde opinión, se perdió en un bosque de supermegaproducciones. El viejo boxeador que se quiere sentir vivo de nuevo, que aún tiene mucho que dar, es una imagen simétrica en el espejo del viejo actor que siente que su época de estrella de acción pasó, y que mira receloso su legado intuyendo que ha ganado más dinero que prestigio.
Como un púgil, Stallone demuestra un juego de piernas sorprendente. Sabe que es su último asalto, su último gancho. Es ya (quizás) un poco tarde, pero no deja que la nostalgia invada la película (al menos no del todo). Es la última vez que se sube al ring como Rocky, y se propone llevarnos con él en un viaje personal. El combate está rodado de un modo soberbio, combinando una factura de realización televisiva, de combate retransmitido, con momentos con un blanco y negro totalmente «a lo Scorsese», con realismo, crudeza y oficio. Anteriormente al combate ya ha habido planos que me han llamado la atención, y que demuestran que más sabe el diablo por viejo…
Quiere gritar que su corazón aún es joven.
El verdadero combate es contra el Tiempo.

Hay más, si alquien está realmente interesado podrá encontralo aquí:

ROCKY BALBOA

Stallone cerró la irregular saga del sonado de Philadelphia despachando las escenas de boxeo (tal y como ocurriera en la primera parte) en apenas media hora. Su objetivo fue otro. No es casual que la primera escena de la película transcurra frente a la tumba de Adrien. Como tampoco es casual que el último y definitivo plano de Rocky Balboa en una pantalla grande fuese éste (mi wallpaper desde hace semanas, por cierto). Si bien los festivos créditos finales están dedicados a todos aquellos que sí vieron la película más allá de hipérboles, elipsis y demás gilipolleces (que diría José Luis Guarner, a sus pies, maestro, esté dónde esté) que sólo sirven para construir puentes sobre charcos.

Porque, cierto, Sita Ice, todos somos Rocky…