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Aunque sumada su atracción por las mujeres altas a su escasa estatura, tal vez debería utilizar zancos…

No creo que se pueda definir mejor que con esta gastada frase, usada por amantes y amigos destinados a separarse, la elección, por parte de Woody Allen, de Scarlett Johansson como protagonista de «Scoop», su última película.

Allen quedó prendado de la Johansson tras compartir con ella horas de plató durante el rodaje de «Match Point». Más allá del evidente magnetismo físico que desprende la actriz, es su sóla presencia la que carga de confortable sensualidad los ambientes en los que se mueve.

Así lo confesó el director, quien prometió escribir para ella un papel más ligero, con el que reivindicar su vis cómica… Y supongo que de paso, pasar media hora más  junto a ella, adjudicándose el papel co-protagonista.

Toma prestadas, el genio judío, pequeñas referencias de sus películas más recientes. Recurre a lo sobrenatural («Alice», «La maldición del escorpión de Jade», el fragmento de la pitonisa en «Celebrity»), convirtiendo a un fantasma en el eje de una trama que unirá a dos personajes antagónicos destinados a cruzarse sin reparar el uno en el otro: Una torpe y ambiciosa estudiante de periodismo y un acabado ilusionista de tercera.

Le seguirá una chapucera investigación de los crimenes cometidos por el asesino del tarot, lo que emparenta a la cinta con la suprema «Misterioso asesinato en Manhattan». Investigación que jugará con el viejo recurso del culpable que no lo es, o al menos, no aparenta serlo, encarnado en la piel de un seductor aristócrata inglés.

Una vez más, los personajes continuan expresandose con cierta forzada espontaneidad (tan propia de la última etapa de su cine). Redundancia que se percibe incluso en la puesta en escena (pese a estar ambientada en Londres), que bien podría confundirse con la de cualquiera de sus películas neoyorkinas.

Así, con todo perfectamente dispuesto, Allen se divierte y consigue transmitir sus propias sensaciones con fluidez. Todo transcurre de un modo tan agradable que se desearía contener las manecillas del reloj, sólo por pasar media hora más con él.

El regusto final es delicioso. De acuerdo que es un Allen menor. Cierto que la resolución es jocosamente forzada, los gags vasculan entre los genial y lo anacrónico y en (pocas) ocasiones, la sensación de cansancio se convierte en certeza…  

Con seguridad, Woody es consciente de ello. Como conscientes somos los que hemos visto «Scoop», de que la película es un presente. Un regalo para Scarlett (transmutada en alter ego del propio director, gafas incluidas), un regalo a sí mismo y un extra bonus para los que admiramos a un tipo bajito de más de setenta años, que hace películas que apenas cubren gastos, que vive para rodar, que hace tiempo se acostumbró a vivir en el filo, tanto en lo personal como en lo profesional y que siempre rueda pensando en que ésa será su última película…

Un tipo a cuyo lado desearíamos gastar eternamente, media hora más…

Al contrario de lo que le ocurre a casi todo el mundo, los cuestionarios suelen funcionar conmigo.

Y jode reconocerlo, porque los resultados nunca son los que yo desearía. Da igual el tema del que traten. No importa que la fórmula consista en la usurpación de un personaje famoso o de ficción, siempre atinan. Y el hecho de que lo hagan, ha terminado por convertime en un yonki de los test. Aprovecho la mínima oportunidad para hacer cualquiera de ellos que se me ponga a tiro. De hecho, hace pocas semanas, tratándo de hacer soportable la espera en la consulta del dentista, terminé por rellenar (mentalmente) un inenarrable test publicado en algún Cosmopolitan varios meses atrasado, bautizado con un elocuente…  «Cómo complacer a tu chico».

Es grave, sí…

En fin… Curioseando por la burrosfera, acabo de pasar por aquí. Y en tan sobrio lugar, han terminado por confirmar las dos cuestiones que ladro arriba: Que soy un yonki sin remisión, y que esos jodidos test siempre me enfilan, como si el tipo que los hizo supiese algo de mí que ni yo mismo sé.

Hubiese querido ser Locke o Mr. Echo, que son los que le ponen a todo el mundo, pero no…

Lo admito, soy Kate. Sin tetas, ni pecas, pero soy Kate.

Llevo desde el pasado viernes tratando de dar forma en mi cabeza a «La Dalia Negra». Deslabazada, confusa y apática película dirigida por uno de los pocos grandes (autenticamente grandes) que continua en activo.

Y de un modo tan confuso como la propia película (además de mil veces corregido), es esto lo que me sugiere…

Cuando Elizabeth Short murió, hace casi sesenta años, alguien decidió por ella convertirla en inmortal. El misterio de su muerte a inspirado películas, novelas, seriales radiofónicos, y ante todo una mitología, absurda en muchas ocasiones, en torno a la figura de la chica de pueblo reconvertida en prostituta, previo paso por la estación de los sueños rotos que era y es Tinseltown.

En su día a nadie le importó su muerte, todos prefirieron que fuese así. Muerta suponía un alivio para sus asesinos y una fuente de chismes para la plebe, siempre sedienta de dramas y sangre. Desgraciadamente, a De Palma parece importarle tan poco como a aquellos, la historia de la chica desgraciada.

Y eso que el director italoamericano no se ha cansando de proclamar que esta película no se trata de un encargo. Cuestión tristemente confirmable transcurrida apenas media hora de película.

Sin pudor alguno, De Palma toma prestados todos y cada uno de los tópicos del género. No faltará la voz en off (tan caracteristica en el cine de detectives). Tampoco esas coletillas estilo Mike Hammer, que chirrian de un modo creciente según se va desarrollando la trama. Abundan los tipos duros, los fulleros y las chicas malas con un pasado que ocultar… Está todo. Todo aquello que marcó la esencia del género. El problema es el ensamblaje, pero ante todo se echa en falta la mano de un director encargado de limar todo aquello que sobra… Y en «La Dalia Negra», son muchas las cosas que sobran.

Tan ocupado está De Palma en homenajear a los clásicos, que se olvida de dar empaque a su personajes. Brevemente, rinde culto de un modo nada sutil a «La Dama del Lago» de Robert Montgomery, cámara subjetiva mediante. «El Sueño Eterno» está presente en cada latido de la narración, en ocasiones de un modo tan similar que las hermanas Sternwood (Betty Bacall y Martha Vickers, en el original) se reencarnan de un modo literal. Como colofón, no tiene reparo en tomar prestada la estética de «L.A. Confidential», película infinitamente superior, que sí supo interpretar el género y actualizarlo de un modo ejemplar.

Mientras, a todo esto, la trama de la dalia pierde gas paulatinamente hasta hacernos olvidar por momentos que ella es (o debería ser) el motor de la película. Los personajes se pudren, algunos por olvido, otros por la losa del sangrante estereotipo. Los actores de reparto vagan, como almas en pena, en busca de algo a lo que aferrarse. Mientras, Josh Hartnett se ve obligado a cargar con un peso excesivo para tan frágil espalda y limitado talento.

Todo está tan mal contado que es difícil adivinar la mano del genio barbudo en todo este embrollo. Tan sólo es visible en los minutos finales, cuando termina por recurrir a su célebre libro de estilo. También en escasos momentos puntuales (el descubrimiento del cadaver de la dalia), se puede reconocer su arte. El resto no pasa de ser un artificio en el que ni él mismo llega a creer. Llegando a conceder diálogos sublimes, pura antología del disparate, que más parecen sacados de una casposa parodia de Cruz y Raya, que de las manos de un guionista medianamente competente.

Tomen nota:

Dwight: «Nunca me gustó el arte moderno»

Madeleine: «Seguramente a él tampoco le gustas tú. Pero tú a mí sí que me gustas»

Ver/oír para creer que De Palma diese el visto bueno a semejante soplapollez. Por no hablar de la escena de la resolución del crimen, aún más ridícula si cabe, y que no voy a contar por no caer en gratuitos spoilers.

No puedo creer que el hombre que dirigió aquella prodigiosa media hora inicial de «Snake Eyes» sea el mismo que a firmado esta decepcionante cinta. Es más, prefiero no citar (por no comparar) la plana mayor de su obra por evitar que se me caiga el alma a los pies.

Era viernes, llovía en el sur de Madrid. Mi chica llevaba puesto un vestido que fue color crema antes de empaparse. Calzaba unos zapatos abiertos en la punta que corrieron la misma suerte que el vestido. A la salida de la sala, me dijo: «¿… Y por esto hemos venido hasta aquí?…

 

  

Niles: «No conozco el camino a casa»

David: «No se preocupe… Yo tampoco»

 

Se encontraba, Sam Peckinpah, enormemente deprimido tras el fracaso comercial de «La Balada de Cable Hogue», cuando, durante una estancia en San Sebastián (con motivo de su festival de cine), se encontró con Gonzalo Suarez…

La conexión entre ellos fue instantanea, hasta el punto de que Suarez invitó al director navajo a pasar unos días en un pequeño pueblo asturiano. Allí nació una amistad que se mantendría hasta el fallecimiento de Peckinpah, mantenida gracias a largas misivas intercambiadas por ambos.

Y fue su «perro hermano indio» (apelativo cariñoso que Sam dedicó a Gonzalo), quien le descubrió la novela «The siege of Trencher’s farm». Novela que dio lugar a «Perros de Paja», su película más violenta, en el sentido más gratuito imaginable.

La película se convirtió en un gran éxito de taquilla, en gran medida, gracias a la violencia y sexo desplegados con gran crudeza por el genio indio.

Sin embargo la crítica (especialmente la europea) la destrozó, argumentando el despreciable uso de la violencia por parte del director.

Años más tarde,  Peckinpah diría acerca de esta cuestión:

«No han entendido nada. Me hacen sentir inutil al no haber conseguido hacerles entender lo que les he contando».

 

Hace pocos días, un compañero de trabajo de poco más de veinte años, me contó (acelerada y gráficamente) lo cojonuda que para él es la película. Lo cojonudo que fue el ver como un tipo insignificante terminaba tomando una brutal venganza sobre las bestias que le humillaron. 

Y no sé si soy el único que lo piensa. Pero creo que hoy día, Peckinpah sigue sin ser comprendido.

John Huston acababa de cumplir 19 años cuando su padre, Walter, le llenó los bolsillos con dinero suficiente para sobrevivir una pequeña temporada y le dijo: «Ahora sal ahí fuera y encuentra tu camino».

Su camino lo encontró en Mexico. Lugar del que se enamoró y en dónde se convirtió en experto jinete, lo que le llevó a alistarse, como Stroheim, en el cuerpo de caballería del ejercito mexicano.

No se sabe si llegó a participar en la revolución mexicana, junto a las tropas villistas, pero lo que sí se sabe es la afición que desarrolló mientras duró su periplo al sur del río Grande.

Adivinen:

– ¿Se aficionó a los gallos de pelea, llegando a ser propietario de varios campeones?

– ¿Intentó convertirse en torero?

– ¿Agotó las existencias de tequila del país?

– ¿Participó en cientos de «partidas» de ruleta rusa?

Lo cierto es que tres años más tarde regresó a los Estados Unidos convertido en el hombre que, además de filmar media docena de obras maestras, provocó que gente tan dispar como la citada abajo, le describieran así:

MARILYN MONROE: «Estoy loca por este hombre. No entiendo que todas las mujeres que se le acerquen no se enamoren de él»

TRUMAN CAPOTE: «John es el último romántico. Tal vez sea el único que haya conocido»

ROBERT BENAYOUN: «John Huston perfila sobre su obra una gran sombra desgarbada, reagrupa a su alrededor pléyades de prestigiosos comparsas, desencadena en tres minutos los vientos de Nevada, la espuma del Zambeze, la exuberancia del Caribe… Posee el especial don de cristalizar el acontecimiento, de transformar un sencillo episodio de rodaje en un capítulo fabuloso, a veces mitológico… Lo intentaría todo por retar al diablo en el infierno y vencerle allí, en su propio terreno. Aún a sabiendas de que no podría ganar»

JAMES AGEE: «La hormiga, como todo el mundo sabe, es un modelo de civismo. Su ojo permanece eternamente fijo en la meta que siempre se ha propuesto: la seguridad y el éxito. La cigarra es todo lo contrario: una enamorada del jazz, una hedonista que baila en las primaveras… Y pasando el estío acaba en la miseria. John, es la gran cigarra del mundo occidental. John posee en abundancia la mayor parte de las cualidades humanas que faltan a los hombres de talento. Es magnánimo, desinteresado, es noble y generoso. Y ante todo… no tiene miedo. No tiene nada que perder salvo su propia piel, pero eso a Huston no le preocupa»

ORSON WELLES: «La obra de John no es ni remotamente tan interesante como su propia vida»

GEORGE C. SCOTT: «Es un farsante adorable. Sin darte cuenta ya estás perdidamente atrapado por su magnetismo. Pero él no le pertenece a nadie, es ese el problema… Nunca se queda en el mismo lugar el tiempo suficiente para llegar a odiarle»

FRANCOIS TRUFFAUT: «En realidad, forma parte de esos tipos que, como se les da mal la puesta en escena, simulan preferir la vida»

Todo eso… y mucho más. Pero mejor que sean sus películas quienes hablen por él.

Por cierto, la respuesta a la pregunta de arriba es… click here

PD: Hace tiempo (pobre memoria la mía, excuses), le prometí al Sr. Horror, mostrarle una prueba de mi amor por «The Misfits»…Aquí está…

Chincheteadas (como diría mi hermana pequeña) en una muy conocida sala capitalina, fueron a terminar en mi armario.

Qué vida esta…

  

 

Andrew: «Betty, has de comprender que estamos al borde de una guerra»

Betty: «Bien. Pues deja de hablar todo el tiempo y haz algo…»

Andrew: (tomando una actitud solemne) «Ya lo he hecho… He escrito una carta al Times»

Betty: «Entonces no tenemos de qué preocuparnos»

Desde Ranchipur (por aquella peli en la que llovía sin parar)… o mejor, desde el Frenesí hiperactivo, me veo obligado a echar mano de uno de esos posteos guardados eternamente en el borrador… Y es que, alguien me está robando el mes de octubre (Sabina sabrá disculpar el plagio), dejándome sin tiempo ni  alma para mantener cierta actividad por aquí.

Este posteo, estaba pensado para poner el punto y final a este lugar. De hecho, fue el primero que escribí (previsión tópica, que los pesimistas somos así). Pero como no tengo intención de cerrar este antro sin hacer algo más de ruido, lo edito y cuelgo hoy, que ya estoy harto de verlo siempre en la cabezera del tablero…

Una de las cosas que más me interesa de los mundos de mentira, son los nombres que los dueños eligen para sus blogs…

Preguntaría las razones a cada uno de sus propietarios, pero… ni quiero ser indiscreto, ni pretendo iniciar uno de tantos despreciables memes. Prefiero imaginar el porqué. Supongo que todos ellos obedecen a algún tipo de fantasma personal, no lo sé, puede que me equivoque y tan sólo respondan a la necesidad de ponerle nombre a todo.

Antarctica starts here es el título de una bellísima canción susurrada, que no cantada, por John Cale en su album «Paris, 1919» (aquel disco que como no vendía nada, sentó los precedentes del top manta, al ser vendido por los colegas de Cale puerta por puerta). Me llegó la primera vez que la escuché, arrancada de un vinilo por una aguja que tuvo día mejores, y me sigue llegando ahora que la estoy escuchando.

No, no la empleé como título por ser mi canción favorita. Puede que ni siquiera estuviese en mi lista de imprescindibles. Simplemente me pareció un buen título para una página que no estaba destinada a recibir demasiadas visitas, por no hablar de mi creciente componente misántropo, que convierte al continente helado en un lugar ideal si lo que se pretende es huir de cualquier cosa.

Eligiese el título de un modo inconsciente o no, lo cierto es que la canción de John Cale dejará de ser una presencia muda en este lugar desde hoy. Les dejo con tres versiones (original, instrumental y directo) de la maravilla que, a lomos de un caballo, compuso Cale, probablemente en uno de esos hoteles de mala muerte a los que tanto cantó, probablemente en una noche de lluvia como esta…

   

 Por aquí…

http://antarcticaendshere.blog-fx.com/2561/

«Pero no podré salir. La puerta está cerrada con llave»

«Entonces deberás crear tu propia puerta»

Treinta años y montañas de dinero malgastados en cientos de películas basadas en la guerra civil española y su postguerra, para que luego llegue un tipo mexicano y dibuje la opresión y la ausencia de esperanza como nadie lo hizo antes. Curiosamente en una película que ni siquiera pretende centrarse en el conflicto, sino que lo utiliza como simple metáfora.

El prodigio no se busca, simplemente aparece. Lo sabe Guillermo del Toro. Es él quien lanza al aire las piezas del puzzle y durante dos fascinantes horas se dedica a situarlas en el lugar y momento correcto, a la espera de que aquel se materialice. Y de no ser por puntuales e innecesarios momentos enfáticos, habría logrado una pieza maestra, que no lo es por exceso, cuestión preferible, sin embargo, a  el avergonzado descreimiento que reina en el cine español.

El director mexicano recurre en esta ocasión a sus obsesiones más primitivas: el tiempo y los relojes que le dan soporte. Los cuales aparecen de modo compulsivo, en forma de complejo edípico que atormenta al capitán Vidal, encarnado por un soberbio (una vez más) Sergi López, en el que podría ser el papel de su vida, interpretando a un militar franquista que podría rivalizar en crueldad con el atroz Amon Goetz Spielberiano, dando al tiempo engañosa humanidad a su personaje, haciendolo cercano con infinidad de matices e irradiando una cegadora luz negra a tono con un mundo ya de por sí desprovisto de compasión.

Del Toro inventa una angustiosa atmósfera sin esperanza, sin pan, ni luz. La únicas alternativas parecen ser las de la abnegada sumisión que porta la esposa del capitán Vidal (Ariadna Gil), o la huída hacia adelante de los guerrilleros makis, sabedores de que el nuevo orden les reserva un único y trágico destino a ambos.

En ese contexto, Ofelia, hija estorbo de un sastre muerto, optará por crear su propio universo. Un lugar en dónde la bondad tenga cabida y los errores sean reparables. De tal modo, el Fauno concede segundas oportunidades ante las comprensibles faltas de la niña, mientras fuera, su padrastro ejecuta a inocentes sin motivo alguno.

Ofelia, se convertirá así en yonki de su propia mente. De su desbordante imaginación tallada por las docenas de libros de cuentos y magias leídos.  Hará lo necesario por cruzar los umbrales que le lleven al reino que le aguarda. Atravesará el arco de piedra del laberinto y la angosta entrada del árbol moribundo; para finalmente, dibujar, en su misma habitación, su propia puerta de acceso a su fantasía.

No le será fácil superar las tres pruebas impuestas por el fauno. Deberá enfrentarse a gigantescos sapos, más glotones que malvados. Tendrá que huir de monstruos ciegos devoradores de niños. Se enfrentará también con ogros, más reales, más temibles. Ogros que suturan bocas y destrozan manos a martillazos. Dejándo para el final la más dura de todas ellas, aquella en la que deberá demostrar su fe.

Y es posible que Ofelia alcance ese mundo mejor que sueña (echen mano de la metáfora de nuevo). Ya no importará, pues para entonces el prodigio ya se habrá producido.

Y es que las buenas historias no tienen porqué ser dibujadas con plumas de oro y brillantes. En ocasiones, basta con tener una tiza a mano…

Peter: «Claro. Podría contarte la historia de mi vida, pero te aburriría. No es nada especial…»

Rita: «Adelante, quiero oírla…»

Peter: «De acuerdo. Verás, mis padres se divorciaron cuando yo tenía dos años. Entonces fui a vivir con mis abuelos durante los diez años siguientes…»

Rita: (interrumpiendo)  «Cuando acabes, te invitaré a tomar una copa en mi apartamento»

Peter: «… Y fin…»